martes, marzo 23, 2010

Tres Mil XX aniversario (R)evolución

M. A.Buonarroti: "David"


César RAMÍREZ

3000 “(no) somos nosotros”

No puedo ocultar mi alegría de saber que el suplemento cultural 3000 cumple 20 años el 24 de marzo 2010.
Es una tradición.
Participar de un evento de tal naturaleza, abandona el carácter individual para transformarse en “cambio cultural” con énfasis antropológico y sociológico, convirtiéndose en transglobal…en pocas palabras un acontecimiento generacional.
El 3000 Suplemento Cultural ha impulsado la (r)evolución de una constelación de autores nacionales, así como la publicación de otros tantos internacionales, con la misma generosidad de compartir el pan y el vino de otra humilde tradición occidental.
Después de 20 años cualquier mención parece mítica, puesto que coincide con el avance de la transparencia de las personas y sus acciones, podemos observar su vida y su obra.
En general, también podemos afirmar: “3000 (no) somos nosotros”, ya saben que desde el primer número ese acontecimiento se convirtió en comunión literaria, una verdadera ventana de participación, una fiesta libertaria, un legítimo movimiento cultural democrático.
“3000 (no) somos nosotros” y espero hablar a título universal, se ha convertido en un signo de multitudes, de modo que abandonamos hace mucho ese sentido individual convertidos en “todos y todas”…quizás en un pequeño recuerdo muy preciado.
Este acto liberador arranca de mi espíritu una gran emoción, pero también expande mi conciencia hacia nuevos niveles de encuentro con la palabra, la literatura y también los experimentos que acompañaron las iniciales publicaciones.
Hace unos años, las siguientes observaciones fueron anotadas en ARTEPOETICA de André Cruchaga, pero no fueron publicadas en otro medio.
Nuestra contribución tiene infinidad de comentarios: positivos, negativos, neutros o menciones políticas negativas ¿qué esperaban, esto es Centroamérica?.
Si, ¿Qué esperaban? Las ramos de olivo, el cetro de Júpiter, la puerta del Nirvana…
Al visualizar este camino cada autor puede colocar en una balanza su “nivel creativo”, su propuesta literaria, la innovación, además en el mismo plano y con igual intensidad, la ruptura conceptual de su obra.
¿Existe un momento que separe las aguas como Moisés en el Desierto? ¿un punto de “no-retorno”. Desde mi punto de vista si:

I – El ejercicio de la “circuncisión” de la “A” no era una mutilación esporádica, su origen fue una escuela francesa de la literatura experimental, por cierto lo leí en la Revista Newsweek en mi época de exilio; para más detalle la compre en la Librería Parnaso de Coyoacán, México.. el experimento se realizó en francés e inglés (el autor en Francés George Perec escribió en 1969 : La disparation sin la vocal “e”), nunca se realizó un experimento similar en castellano (la “a” es la más común) y durante un tiempo (no recuerdo si meses o años) pensé en ese concepto. Además mis estudios de antropología sobre formas conceptuales (de un autor materialista) sobre el “concepto”, me ayudó a comprender mejor las asociaciones lingüisticas, eso al menos para mi, fue un signo de cambio que imprimió al 3000 un sello distintivo. Georges Perec falleció el 3 de marzo de 1982, mi llegada a México fue en Septiembre de 1981.
En inglés esta rama de la literatura la definen como: “Escritura contractada” que nosotros podríamos anotar en español: “Escritura concreta”, “Literatura Arte Combinatoria”. Algunos ubican esta rama como “inclasificable”… magnífico, así no somos parte del rebaño.
En inglés el primer experimento lo realizó Ernest Vincent en 1939 con la obra: Gadsby, escrita sin la vocal “e” la más común en inglés.
Esta rama de las letras aglutina a los siguientes esquemas: Lipogramas, Palindromes, Aliterativas, Acrósticos, Inversión de lipogramas, Anglish, Anagramas, Aleatorios, Poemas Univocales, Limitaciones de puntaciones, según la Wikipedia.
De tal manera y con un poco de modestia, en castellano no se realizó un experimento de supresión de la vocal “a” y ese fue el aporte 3000 desde marzo de 1990.
Podríamos proclamar ese hallazgo en nuestras letras, como las primeras formas de una escuela experimental que en Europa por el momento es vanguardia.
Al final solo es un pequeño aporte a la cultura nacional, es todo.
3000 (no) somos nosotros ¡excelentes noticias!, porque nos permite visionar mejores proyectos, las nuevas generaciones aspiran a la revolución literaria para un nuevo mundo, una nueva sociedad en democracia.
Hasta me parece que tiene música: How does it feel? (Bob Dylan)…

II – La crítica de la post-modernidad a la izquierda y derecha (ex) combatientes: El 3000 fue con su crítica a la izquierda el primero que divulgó debates sobre la muerte de Roque Dalton; a la derecha críticas a tendencias oficiales, permitió colaboraciones de anteriores generaciones de autores, coexistieron las ideologías de izquierda y derecha en la palabra, unió la obra a jóvenes y consagrados autores.

III – El 3000 convirtió el viejo periódico en un joven instrumento cultural con “poder de convocatoria”, puesto que la vieja galera, se convirtió en foro y sitio de encuentros literarios.. generó entusiasmo en muchos sectores dormidos.

IV – Socializó e individualizó la obra de los autores, este fenómeno se percibe mejor en la distancia en libros publicados, obras de teatro, personalidades y referencias nacionales.

V – Sobre la crítica de la obra, la cual es labor de cada autor, permitió que al observar la obra en la distancia, muchos modificaran su segunda impresión, al menos es positivo el cambio, otros han cambiado la dedicatoria de sus textos.

VI - Introdujo el nivel comercial por la Compañía General de Seguros que al menos en los primeros 6 años fue fiel a su eslogan: La cultura es un seguro de vida nacional. Concesión del Dr. Rafael Cáceres Vialé, en ese momento Presidente de esa empresa.

VII – Ha consolidado en el tiempo, a una generación 3000 que comparte vida y obra en el medio impreso, que sin ser capilla consagra la obra de los autores.

VIII – Ha contribuido a la cultura nacional: oficial y extra oficial, por el cúmulo de expresiones creativas, las cuales son reconocidas nacional e internacionalmente.

IX – La evolución del fenómeno cultural permitió la integración de medios desde un inicio en: Radio, Revistas, Medios Internacionales y en ocasiones Televisión, ahora expresión digital y visual, en la red: Facebook, blogs, archivos electrónicos con solo colocar las palabras: 3000 Suplemento Cultural.

X – El nivel de amistad creado por una obra social como el 3000 ha consolidado los nexos de trabajo entre los grupos culturales y los autores (a), de la misma manera que el reconocimiento de muchos jóvenes talentos que de otra manera no tendrían espacio en otros medios impresos.

XI – El 3000 otorgó la voz creativa de muchas ramas del arte, que de otra forma creerían que en El Salvador ese pequeño milagro era imposible…

3000 (no) somos nosotros, tradición cultural.

Manual del seductor

E. Degas: "The Dance Class"


Gabriel OTERO

BÁÑATE ANTES DE TIRARTE AL RUEDO

Piensa que las mujeres son únicas, cada una es diferente, intuye ¿qué más resta o suma por conocer?, ayúdame, escribamos juntos, Don Juan y Giacomo Casanova nos acompañan, son sombras trémulas, consejeros generosos que bebían chocolate antes y después de hacer el amor.
Las mujeres son la suma de todas las exquisiteces, invención divina infartadora, figura pletórica de redondeces amables, vemos sus senos bamboleando mientras caminan, su mente es un callejón profundo del que jamás salimos.
Ellas mandan, nunca creas lo contrario, el papel de proveedor es ilusorio, no te resistas déjate llevar por la ternura y la cachondería, contémplalas y sobre todo compréndelas.
Báñate antes de tirarte al ruedo, sólo se apesta siendo cadáver, olvídate de la vieja máxima de que siempre hay un roto para una descosida.
Acéchalas pero no las asfixies, absorbe su tibieza, el aroma de su cuello, bésales las manos agradecido, pretendemos ser evocados como algo plausible de recordarse.
Desecha los mitos, no te servirán de nada, si se acarician el cabello es por innata coquetería, no es para llamarte y tener sexo contigo, si te sonríen es por amabilidad, ellas escogen con quien aparearse, por eso conviértete en la primera opción de sus feromonas.
Habla con ellas con los ojos y las manos, evita la cursilería, las mujeres te harán caso en la medida en que tu conversación sea diferente, sedúcelas por la piel y las neuronas, que el interés sea mutuo y no desmedido.
Si hay empatía será un chispazo, si no vete a la siguiente. Sé sincero y no alardees, la mentira es para los torpes y necios, los que siempre cuentan lo mismo y siguen igual.
Nunca seas un libro abierto, los finales felices aburren, herédales la duda de tu palabra muda la que les dice cosas que nunca oirán.
No trates de dominar su temperamento, haz mutis cuando se pongan necias, eso sucede con cierta frecuencia cuando se sienten manipuladas.
Las mujeres no son demonios sedientos de carne pero están llenas de deseos que nos aseguran la perpetuidad.

¿Y ELLAS QUÉ QUIEREN?

Lee la Biblia y el Corán de las frivolidades, o sea Vanidades y Cosmopolitan, publicaciones en las que mujeres dan cátedra a otras mujeres sobre lo trendy, lo retro y lo charm.
Ahí sabrás cómo ellas te tendrán atado a su sexo, eso es lo clásico que nunca pasa de moda, ahí averiguarás cómo hacerla feliz con esos pequeños y románticos detalles de cenar a la luz de las velas con olor a sándalo y si te alcanza el presupuesto las harás sentirse diosas obsequiándoles un reloj Bulgari o un vestido Channel.
En esas páginas te enterarás que ellas quieren el resumen ejecutivo de lo diverso, todos los hombres en uno solo: un hombre cursi por horas para que no las aburra, nada más un poco de miel porque empalaga; un loco impredecible que las divierta, aquel que detiene el tráfico en horas pico y se tira a una avenida principal como Insurgentes o el Boulevard de Los Héroes sólo para decirles que las ama.
También necesitan un doctor, de preferencia ginecólogo de dedos largos, que sepa la ubicación del mítico punto G y el ritmo exacto de su ovulación para concluir en la cópula; quieren, además, un tipo brillante que les enseñe física cuántica y les explique la teoría de la relatividad; un sensible artista que les muestre otra percepción de la vida; un guapo por el que babeen pero que no hable por narcisista; un hombre solvente que las consienta pero que no las compre; y un semental cariñoso que no se duerma después del sexo.
Pero eso no es todo, si las llevas a bailar, más te vale personificar el encanto de Fred Astaire, la sonrisa de Gene Kelly, la elasticidad de Mikhail Baryshnikov, la originalidad de Michael Jackson y lo latino de Chayanne y que te olvides del slow slow quick quick slow de tus clases nocturnas de danza.
La imaginación de ellas es insaciable, quieren creerse protegidas con alguien que tenga pectorales y bíceps monumentales, cerros de músculos como acorazados y ellas en medio acariciando ese estómago de lavadero generado a base de pesas y esteroides.
Y a la hora de llorar, requieren de un confidente no afeminado, un sicólogo de cabecera conocedor del lenguaje femenino el que interpreta que el no es si y que el tal vez es no.
Y si vas de compras con ellas, solicitan un testigo mudo, ármate de valor y entrena para el maratón, corre cuando menos una hora diaria, irás hacia un rumbo totalmente incierto, porque si ven ropa se probarán todo sin que algo les satisfaga.
Eso es una ínfima parte de lo que ellas quieren, es tan sólo un lunar en su universo.

VOULEZ VOUS COUCHER AVEC MOI?

Tanto que las miras y tanto que se te niegan, la timidez te hace temblar al acercarte, ellas huelen tu miedo, lo perciben a leguas, envalentonadas se pasean frente a ti diciéndote que veas lo que no has de tener como las aguas del río que corren.
Exhibiste lo peor, lo que no le debe suceder nunca a un hombre: ventilar ante ellas tu inseguridad, un lujo no permitido en algo similar a la persecución, “cacería” la llamarían los misóginos, ingenuos ellos porque al final el trofeo es uno.
Los triunfos repetidos se cimentan en el autocontrol, la confianza ciega que uno tenga en sí mismo, grábate en algún lugar de tu conciencia que las mujeres nos han legado la gracia de resguardarlas.
El primer rival a vencer es el que se ve a diario en el espejo, a ese hay que exorcizarle los demonios y devorar sus limitaciones, no te frustres, hay mujeres de otras galaxias a las que nunca viajarás.
¿Cómo llevarlas hasta donde uno quiere sin meterse en el laberinto? a algunas les encanta el cortejo y creer en la fábula de la liebre y la tortuga, el proceso atosiga cuando la somnolencia golpea al deseo, hay que aliarse con ellas y sembrar filiaciones de roble.
Otras dan una probadita del paraíso, asumen el poder milenario del erotismo, algo que es exclusivo de ellas, libres de prejuicios vuelan siendo genuinas, uno se enamora de su locura, regalan su vértigo a quien quiera hacerle cosquillas a su propia muerte.
Las otras dan besos a todos en los labios, la asamblea del traspaso de salivas, con ellas nos regalamos amor a cada momento, sin pensarlo, nos despojamos de nuestra piel para cobijar su desnudez.
Lo mejor es descubrirlas, desenmarañar sus velos, esconderlos en el misterio, seguir su juego sin fingir, ¿quieres acostarte conmigo? claro, sin dormir, afirmamos.
Tal vez, responden ellas, hay que probar tu sustancia, afirman convencidas mientras mascan chicle.

SALARRUÉ Incesto y erotomaquia

M. Rothko


Rafael LARA-MARTÍNEZ

Desde Comala siempre…

La tierra [la mujer] estaba […] esperando que alguien [un hombre blanco] tomara posesión de ella [¿colonial y sexualmente?]. Selva sabía el efecto de su belleza en el contorno y competía con el paisaje del Trópico. Salarrué

DISCURSO COLONIAL

La penúltima novela de Salarrué se titula La sed de Sling Bader (1971). Su narración recolecta imágenes anti-dualistas que establecen equivalencias entre materia y espíritu, sueño y locura, virginidad e incesto, viaje místico y drogadicción (hashish). Por una travesía circular, se alucina el pretérito en el presente para recavar hechos traumáticos que al héroe le prefiguran una rica heredad amorosa y terrenal.
La experiencia la vive el personaje principal, Sling Bader, el único que “era francamente blanco y francamente independiente”, pues “los otros elementos heterogéneos [en raza] podrían clasificarse […] poco menos que esclavos a la moderna: obedecían y temían”. La tardía novela de viajes relata un mito de superioridad colonial y racial que reitera una antigua literatura de “navegantes” y “aventuras” durante el siglo XIX.
En este arte de la escritura, la colonización opera como lado oscuro de la modernidad. La novela reconstruye distinciones jerárquicas entre un caucásico y habitantes nativos. Acaso esas diferencias sociales no son muy disímiles de los atributos raciales que otra fantasía del autor —O-Yarkandal (1929, según modelo de Lord Dunsany (1878-1957))— describe como características “de un remoto imperio” hacia un Mar del Norte: amos blancos, esclavos negros, “marca[dos] con hierros candentes”. La fantasía astral narra desigualdades raciales bastante mundanas.

INCESTO-VIRGINIDAD :: MISTICISMO-DROGADICCIÓN

La trama narrativa obliga a que el lector se identifique con la disyuntiva de la experiencia delirante de Bader. Su mirada única contrapone ciencia positiva, “materialista” y “exacta”, a metafísica “espiritualista” y “mágica”. El dilema de la existencia “de mundos anexos” incita al lector a confrontar dos lógicas disímiles: racional o “fantástica”.
La racionalidad sugiere que “la sed [sexual] de Sling Bader” —Carola, hija del Capitán Silas Marden— concibe un hijo, Gatto, por intermedio sexual de su propio padre. Una relación incestuosa explicaría la semejanza entre ese “niño de desusada belleza” y la hija mayor de Marden. No habría reproducción humana sin sexualidad ni uso de las partes inferiores del cuerpo humano, es decir, sin plena aceptación de lo biológico y animal.
El incesto, perspectiva materialista de los hechos, lo complementa “el punto de vista de la muchacha (quien gravita en planos de fantasía luminosa)” y el de un ginecólogo. Para esta visión paralela, la materialidad del acto carnal especifica una contingencia primitiva en proceso de redimirse por una naturaleza superior a la “animal”. La fantasía propondría eximirse del cuerpo para disolver lo humano en el espíritu puro. Quizás el ideal evolucionista salarrueriano abocaría despojarse del cuerpo y reproducirse sin intermedio del sexo. “El hombre del futuro nacerá de un contacto superior”. Quizás…
En términos metafísicos, el incesto remite al arquetipo de “la encarnación divina o doctrina del avatar”. Se trata de una variante literaria de lo que Otto Rank llama “el mito del nacimiento del héroe (1909)” y Joseph Campbell, “el héroe de las mil caras (1949)”. El héroe ­—“varón” por excelencia— nace de una “madre y virgen” sin contacto sexual que la rebaje a lo animal y corpóreo. En este ideal esotérico, lo masculino mantiene su primacía ya que el “héroe” es casi siempre “varón”.
Equivalente de “experiencia extracorpórea”, la alucinación de Bader correspondería a la nostalgia moderna-colonial por encontrar un nuevo Mesías. Semeja la añoranza que visualiza en un gobernante inspirado al “Benemérito de la Patria” (San Salvador, septiembre/1937), favorecido por los artistas más iluminados. Por una (con)fusión entre política y teosofía, reino de este mundo y el del espíritu, no se averigua si la historia se mueve en lo terrenal o en lo celeste.
Si la fantasía alucinatoria ofreciera una simple alternativa entre dos perspectivas contrapuestas, la resolución narrativa iría sin más. Cada lector se calificaría como materialista que defiende la tesis del incesto, o espiritualista que aboga por la concepción virginal. Igualmente, los prosaicos creerían en el uso de drogas como apertura única de “las puertas de la percepción” anímica, mientras los sublimes levitarían sin narcóticos.
No obstante, para mi perspectiva “materialista” compleja, el quid literario en Salarrué anhelaría superar las oposiciones binarias para convertirlas en complementarias y paralelas. Al igual que la isla del Pacífico —“El Salvador/Cuzcatlán es una isla”— las cosas mundanas poseen “doble nombre”, identidad dual según el punto de mira del observador. De optar por una u otra alternativa, la unidad de los opuestos se escindiría sin reconciliación.
Pero la novela afirma que no existen “dos mundos aparentemente separados, [ya] que deben experimentarse como un solo mundo” en coincidentia oppositorum. Desde una perspectiva biológica totalizadora, la virginidad-incesto y misticismo-drogadicción serían perspectivas conjuntas de un mismo hecho totalizador, al cual la metafísica opondría la unidad virgen-mujer, acaso, la de un humano redimido y sin cuerpo.
En la lógica hermética dual, la oposición materia-espíritu queda invalidada. Se representaría por “elementos complementarios de la unidad perfecta”. Si por evolución ascendente se anula la dualidad de complementos, lo humano se desintegraría en lo divino y espiritual sin enlace corpóreo ni biológico al ser-en-el-mundo, o viceversa en descenso, se rebajaría a lo puramente corpóreo.

Deidad (O-Yarkandal, 1971)


“Se renueva la imagen de Xi […] la diosa [cuya] liturgia parecía simbolizar la confluencia de lo divino con lo humano, la comunión de lo material y lo inmaterial y era en verdad ritual perfecto de Xi, diosa dúplice. [En su iconografía, dos mujeres desnudas se acarician ¿sin implicación lésbica, pese a que la mano de una se acerca al seno de la otra?]. [El sacrificio] dividía el cuerpo de [la mujer] en dos mitades longitudinales [por] una hoja de acero [que] con un solo tajo rompió la virginidad” en remedo de una sexualidad viril y violenta.

A la disolución anímica en un nirvana metafísico, en tensión de opuestos, la fantasía deja abierta una lectura suplementaria. “La experiencia extracorpórea” se fundamenta en la materialidad de una sustancia química, hashish. La concepción virginal se arraiga en el incesto. Un alcaloide es al espíritu imaginativo, al viaje astral, como el incesto a la virginidad materna, su reverso y contrapunto material.
En esta doble infracción interpretativa —narcótico e incesto— la novela no inaugura una nueva esfera temática. Más bien, continúa la tónica desacralizadora que enlaza fantasía y violencia sexual en el remoto imperio Dathdálico desde la década de los veinte. La temprana “experiencia extracorpórea”, el misticismo de Salarrué, vislumbra el complemento tangible de su voluntad de ascensión anímica y reproducción milenaria: alcaloide e incesto. Sin estos dos amarres a la materialidad química y corporal, el anhelo astral se despojaría de su arraigo empírico como ser-en-el-mundo.
Sin materia, la práctica espiritual jamás se notificaría por escrito ni se imaginaría en pintura. El comunicado mismo de la experiencia interpone asientos palpables e intra-mundanos: libro/pintura como materia vegetal deleznable para el espíritu eterno e imperecedero. En esta representación y huella palpable el arte adquiere un sesgo de género.
La “mercancía tan apetecida de los hombres ricos” —“la belleza” corporal de la mujer— ofrece el soporte mismo de la escritura como acto erótico-sexual, visualizado desde lo masculino. Las fantasías “se leían tornando lentamente las ánforas entre las piernas […] cuyo contorno sugería el de una mujer joven y desnuda”. Más drástico, esas urnas-mujeres se forman según el ideario del narrador y se ofrecen como continentes vacíos sin contenido intrínseco sino con un único sentido exterior, que se manifiesta “por fuera”. Así, casi en onanismo masturbatorio varonil, O-Yarkandal narra “las leyendas de un remoto imperio”. La escritura y la pintura —tatuaje de imágenes en lienzo y papel— correspondería a un arte amatorio y corporal de posesión viril sobre un territorio femenino (véanse fragmentos en los anexos).

FINAL

En casi cincuenta años (1929-1971), La sed de Sling Bader no presentaría una temática novedosa. Únicamente asombra que por su experiencia de alucinado —en lugar de “tomar posesión [sexual/colonial] de ella [= la mujer/tierra]”— el viejo Sling Bader sublime su deseo carnal en paternidad protectora y amparo afectivo. Quizás por esta sublimación deslumbrada, sólo en los lejanos mares del norte de Dathdalía, quedan homicidios rituales (sajar cuerpo de mujer para volverla “Deidad”), violencia doméstica, triunfo del placer sobre la virtud, selvas como Kahunishar, “sexo proficuo de la Tierra”, poseída por un “falo violador” y poblada por órganos de cuerpos humanos cercenados, como si el erotismo supusiera la fragmentación de la unidad corporal en partes autónomas.
En ese “imperio remoto” queda viva la erotomaquia, guerra primordial de los sexos, en imagen imperecedera del amor durante los viajes astro-narcóticos y en la experiencia de Pedro Juan, alter ego del autor en su última novela (véase fragmento de Catleya luna (1974) transcrito en los anexos). A las desigualdades raciales mundanas, la fantasía astral agrega la experiencia de una sexualidad tan violenta como terrenal. “Sus ejércitos son sus senos, sus labios de fuego, la chispa de sus ojos, el aroma de sus carnes…” (nótese la metáfora militar para describir el cuerpo femenino en búsqueda de ascenso social por la sexualidad).
Al sublimar Bader su deseo sexual, permanece como interrogante si también abolirá el cruel sistema de “esclavos [negros e indígenas] a la moderna”, la política del “tem[or]” que rige la economía de esa isla llamada El Salvador según la metáfora. O, por lo contrario, su paternalismo místico será selectivo. Sólo se volcará sobre “ella”, la mujer amada ahora en herencia filial como su hacienda, tierra y riqueza. A saber…

(Nota: Salarrué jamás demuestra experimentalmente por suicidio, como lo exige Jorge Luis Borges, que el espíritu sobrevive al cuerpo, que el alma es superior a la materia. Léase “Diálogo sobre un diálogo” en El hacedor (1964): “Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos para discutir sin estorbo [la inmortalidad del alma y la muerte insignificante del cuerpo]”.
A toda idea biológica totalizadora, “materialista”, la metafísica reclamaría lo fabuloso con el objetivo de erradicar interpretaciones que la actualidad consideraría “perversas”: incesto y drogas. La utopía del “mito” teosófico afirmaría un “embarazo sin intervención sexual” y un “trance” espiritual sin alcaloide. El “sueño prodigioso de Salarrué sustituiría la esperanza en un futuro post-corpóreo y post-sexual, en el cual el ser humano etéreo se desprendiera de todo amarre químico y biológico. Pero en ese instante de desprendimiento corporal y químico —“¿de horror al cuerpo?— la dualidad se anula y disuelve en uno de sus contrarios. A la espera siempre…).

ANEXOS

Salarrué y el erotismo (Fragmentos antológicos)

Fragmentos de O-Yarkandal (1929/1971)

Una joven tan bella que sólo podía compararse, por sus líneas, con una copa hecha por Ann de fina piedra rosada [deleitaba] por la jugosidad y frescura de los ojos… “Krosiska”

Y el placer de Ninintri era éste: llegada la alta noche descendía de sus habitaciones, donde mucho antes se habías apagado las lámparas, y suspirando hondamente, salía al jardín toda envuelta en su manto de seda oscura y calzando sandalias recamadas […] cuando la joven creía estar suficientemente lejos del castillo complacida, aspiraba, ya no el aire florido de la noche, sino la soledad, y arrancando nerviosa el manto y las sandalias que arrojaba en el césped, proseguía así desnuda su paseo, gozándose en su propia belleza bajo las estrellas […] ebria de soledad y de placer, deambulaba […] en un delicioso éxtasis bajo los astros. Los mármoles entonces perdían su frío y con tibia generosidad recogían el peso de aquel blando, ardoroso, suavísimo cuerpo de mujer sola y desnuda… “Bajo las estrellas”

No era permitido a nadie relatar las historias o leyendas sino labrándolas y esmaltándolas alrededor de un ánfora […] las cosas se leían tornando lentamente las ánforas entre las piernas […] cuyo contorno sugería el de una mujer joven y desnuda… “Viaje en espiral alrededor de un ánfora”

Ninguna mercancía tan apetecida de los hombres ricos como aquella belleza de Ulusú-Nasar. Su casa era frecuentada por los afortunados, que entraban, llevando máscaras de seda, detrás de las cuales los ojos ardían siempre con el resplandor del deseo contenido, que es como el alma de los sexos cuando se asoma a las pupilas. Ulusú-Nasar vivía en un palacete […] los esclavos negros que atendían [casi desnudos semejaban] ébano vivo […] desnuda en su belleza, aparecía sobre un diván […] sus líneas eran puras como las de las ánforas… “La tristeza de Ulusú-Nasar”

Habla del árbol sagrado, hecho todo de cuerpos humanos retorcidos; teniendo por raíces inquietas serpientes que hurgaban la vida en el suelo; sus millares de ojos tenían una vida fogosa, cerrándose unos, abriéndose otros, guiñando, girando… Había ojos espantados hasta la locura, y ojos apagados de sensualidad, y ojos torcidos de malicia o de burla, y ojos enrojecidos de furia, y ojos extasiados en el éxtasis supremo, y ojos suplicantes de amor y deseo [bocas besantes] y describe una pasmosa anastomosis de brazos, piernas, cabezas, sexos… “Namundayana”

Dicen de un rincón muy profundo de donde había árboles que se arrastraban como los caracoles […] e iban tanteando como serpientes y sus ramas como tentáculos, prestos a devorar a sus víctimas. Había, dicen hombres hechos de hojas marchitas que deambulaban por las sumidades del boscaje; reptiles formados con piernas de seres humanos que se enroscaban y revolcaban por el fango; arroyos de sangre pestilente; praderas de pelo; arbustos escamosos y con agallas que se estaban muriendo siempre de asfixia, como los peces. Podía llegarse a una pradera cubierta de flores rojas […] que no eran otra cosa sino lenguas humanas saliendo de miles de bocas extrañas, en forma de herida. Había especies de viñas donde las hojas eran como manos de niño y los racimos, racimos de ojos que miraban con un brillo fascinador […] Kuhunishar [de kahuni: lirio y shaar: sombra] donde los lirios son de carne blanca […] tierra misteriosa, selva oscura que es como el sexo proficuo de la Tierra: así oscura, así ardiente, así odorante. Sus enormes ramajes son negros y lacios como crenchas de león y a león apestan. Hay en ella una lluvia constante y pastosa como jugo vital y en sus entrañas tétricas penetra el río negro de Suk desbordante, torrencial como un falo violador […] el sexo de la Madre Tierra, fecundada por Suk que significa: la sombra del Sol y de cuya cópula nacerá Shíntara, el Mesías… “La misteriosa selva de Kahunishar”

Trabaron batalla fiera por el amor [el] enamorado Zip, hijo de Ziguahuat que gustaba de las bellas jóvenes [desnudas] las espiaba oculto en los boscajes… “Fragmentos de El Dalí”

Fragmentos de La sed de Sling Bader (1971)

[Hay] sospechas de algo amoroso entre el Capitán [Marden] y su hija […] cualquiera entendería algo parecido […] esa idea pecaminosa y comprometedora […] Mi ama no sólo piensa que ellos están envueltos en u incestuoso amor, desde hace tiempo, sino que afirma que Gatto, su hijo menor, es en verdad su nieto; hijo de Carola y de su padre […] durante su ausencia (por un año) del capitán, cuando nosotros pasamos con permiso a Samoa para ver morir a mi hermano Kahuri (quien era mayor y además el Masay de nuestro Clan), Carola quedó embarazada y ella misma la atendió en una choza en Majuro, donde la llevó en debido tiempo y donde, residentes discretos y bien remunerados la atendieron por varias semanas con ayuda de un médico. [Había que] poner en claro todo aquel embrollo acerca de las infidelidades de Carola y la dudosa paternidad de Gatto [pero] el padre no existía […] no existe desde el punto de vista de la muchacha (quien gravita en planos de fantasía luminosa) y tampoco del punto de vista ginecológico […] la niña iba a ser madre estando todavía virgen. Su himen estaba intacto […] ¡Virgen y madre! Sí, Gatto era su hijo; ¿el amante?... Pues… lo creyera él o no, era… (menos para ella y para el niño) tabú; cayó en brazos de un varua-ino, enviado por Tauhiri-Matea, el dios de la tormenta. Un varua-ino era un hombre bueno del mar…

Fragmentos de Catleya luna (1974)

Yo me entregaba como un satélite tras el espíritu de Amber y en la misma forma tras el cuerpo de Soma; el cuerpo y todo lo que de él irradiaba, entendamos… Por razones de orden sexual, mi amor unía imaginativamente el alma del uno con el cuerpo de la otra [véase: “El milagro de Hiaraadina” (O-Yarkandal, 1929/1971: 119-127) en cuyo relato “Hiaar […] alta, delgada, angulosa y fea [que] cojeaba [pero razonaba]” contrasta con “Adina […] pequeña, llena y hermosa [quien] carece de razón”. De amar a dos mujeres a la vez, la amada ideal se logra al “partir el corazón de Hiaar [matar a Amber]”, para que su espíritu razonador emigre al hermoso cuerpo de Adina [al cuerpo deseado de Soma]. Un crimen ritual, una violencia corporal primigenia, sella la perfecta unión de los contrarios, alma razonable y cuerpo hermoso, en “la mujer ideal” antes de su cópula con el hombre].

Tu desnudez era mi vino delicioso [..] su frente entre las piernas de la amada […] yo deseo penetrarte […] sinfonía del tacto delicioso […] cuando nos movemos con el ardor y a pastosa densidad de la lava […] ella parecía abrirse como una flor que siente llegar la aurora, parecía abrirse, poco a poco, en proceso vegetal, abrirse, no por la gloria del triunfo, sino con la lasitud de un contrincante que se entrega vencido [nótese la metáfora guerrera de erotomaquia y depredación que se continúa en “la glotonería del buitre sobre su presa [del hombre sobre la mujer]”…

Juicio crítico coincidente

[Bajo] la influencia de Lord Dunsay, que algunos críticos [ya no] advierten en O-Yarkandal […] el sexo y ciertos problemas a él atañeros Salarrué los trata, sin caer en la vulgaridad en exceso verista de otros escritores […] en un medio lleno de prejuicios como el nuestro [la fantasía muestra] temas [eróticos] fuertes. Panorama de la literatura salvadoreña (1981), Luis Gallegos Valdés

Libro de los espejismos [extractos]

Gerard Richter


Javier ALAS

La psiquiatría puede estropearlo todo, desde el sexo hasta la divinidad; reduce el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo a tan sólo un Dios esquizofrénico.
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De vez en cuando la precisa maquinaria de Hollywood falla y es producida una buena película.
*
Mientras Dios trata de ocultar su verdadero nombre, o de distraernos con el de Elohim (Los Dioses), el Mal exhibe sus apelativos. Satán, Lucifer, Astarot, Belial, Belcebú, Azazel… De tanto regodearse en su narcicismo, el demonio hace lucir a Dios más bien modesto. Casi tímido.
*
Desbocado en una Cruzada de Estolidez, el humano contemporáneo se debate en una cefalea artificial, víctima de sus invenciones. Abrumado por lo «políticamente correcto», ahora premia la homosexualidad, le preocupa la discriminación de género al punto insano que le agobia hasta el lenguaje. A este grado pronto llegaremos a matar por una tilde, a sucumbir bajo nuestra propia superficialidad.
*
La eternidad es una abstracción. Algunos instantes son eternos.
*
Enfermo del veneno del tiempo, ¿en dónde buscará el hombre la cura, el antídoto? ¿En la eternidad, donde cada hora es espasmo? ¿En el instante inasible, donde al menos tendrá el alivio de la efimeridad? Elegir entre el peso de una abstracción y la levedad del presente, pero cargar sobre los hombros la terrible maldición del devenir.
*
En pueblo boquiabierto entra cualquier gobernante.
*
Pasa por historiador, pero en realidad es mercader. Y uno bueno, pues logró venderse como historiador.
*
Un pueblo está condenado cuando las madres venden a sus recién nacidos a la salida misma del hospital. Nada hay que esperar hasta cuando la naturaleza y los instintos han fracasado.
*
El mundo, tal como lo conocemos, tendrá fin. ¿No es ello un alivio?
*
Inmune a los fragores del optimismo, alérgico a las frivolidades de la alegría, el escéptico es un profesional del hastío.
*
¿Quién fuera inmortal como los dioses? ¿cómo puede morir lo que nunca ha nacido? ¿cómo logra fenecer o extinguirse algo que jamás ofreció unos grados de calor?
*
La historia, ese vertedero del tiempo.
*
Nada como una buena zambullida en cualquier abismo para recordar el sinsentido de todo, incluido el propio abismo.
*
Con la sola materia prima de su fe, el religioso crea a Dios. En todo místico hay un artista de lo intangible.
*
Antes que en el razonamiento, revelamos nuestra auténtica profundidad en el espasmo.
*
La respiración de ella es incierta, errática. Yo tuve ya mi pesadilla y yazgo despierto, relajado.
*
Todo perece. Esa única verdad debiera disuadirnos de proyectar nuestros ardores en vanos actos, hacernos renunciar a nuestros simulacros de permanencia.
*
Dios es producto tanto de las dudas del filósofo como de las certezas del creyente. Creador y creado al mismo tiempo, es una totalidad paradójica.
*
Tras su famoso séptimo día de un descanso que ya dura la eternidad, Dios no volvió a crear nada. Es, con absoluto mérito, el ocioso supremo.
*
Si el sentido de nuestra existencia de mortales es un enigma, el de los dioses en cambio es cristalino: aliviarnos de las angustias de esa existencia. El problema es que los dioses no bastan, y que sus dulzuras o insipideces resultan tan ineficaces como corrosivas nuestras incertidumbres.
*
Nuestra sola respiración ofende a Dios, no digamos nuestros actos. Dios, es verdad, no se volvió a interesar por sus criaturas, sus juguetes extraviados del Paraíso, y le repele lo que hemos hecho del mundo. No nos resta más que gozar de nuestra condición de condenados.
*
La primera y más auténtica expresión del hombre fue el gruñido, pero siendo el único mamífero condenado a desarrollar lenguaje como tal, poco a poco el habla desplazó al aullar, el artificio de la palabra al gemido. Sólo era cuestión de tiempo para que apareciera también la filosofía.
*
La filosofía no ha hecho al hombre menos desgraciado, antes más bien todo lo contrario. Incluso la filosofía más deleitable, la epicúrea, no es ni de lejos una fórmula para la felicidad (y es que nada es capaz de anular el estigma de haber nacido —nada antes de la muerte, y quizá ni ella…).
*
Toda juventud es vacua, pero jamás habríamos imaginado una generación tan superficial que fuese capaz de transformar la tristeza en etiqueta, el suicidio en moda.
*
El arte es siempre un artificio. Cualquier alarido es más genuino que la más grande novela.
*
Con la sangre infestada de sueños me vuelvo un sumiso del anhelo, un esclavo de la ilusión. El yugo más sutil es la esperanza.
*
¿Quieres ser libre? Elimina la jauría de tus deseos, se ha dicho desde la filosofía, pero ello incluiría también el deseo mismo de ser libre. El estado normal del hombre, en el mejor de los casos, es una especie de libertad condicional.
*
Mi desidia contra el tiempo: una colisión menor, es cierto, pero no por ello menos estremecedora.
*
Pensar que durante millones de años La Tierra gozó de un equilibrio natural, perfecto, hasta que hizo su aparición el hombre.
*
Con su arrogancia natural el hombre se ha situado entre el simio y Dios, entre el primate y el absoluto. Mas no en un punto equidistante, que digamos.
*
Si la muerte se antoja un misterio tan insondable como la vida misma es por nuestro terror ante la idea de ser borrados como supuestos seres únicos e irrepetibles, cuando el verdadero horror es que volviéramos a repetirnos. Otorgamos a la muerte una profundidad mayor que a la propia vida, pero «misterio» es apenas un concepto para conferir algún grosor a un acto, el de vivir, que no tiene ninguno. Somos, sin mérito, y somos apenas un vegetar, una respiración a la que, situando al margen el camino del místico, sólo el placer dignificaría. Lo sabía Epicuro, por eso postuló la consagración a una existencia hedonista. Mas nada hay de orgulloso ni de deleitable en pertenecer a una naturaleza animal.
*
Nuestras vidas humanas: apenas un parpadeo de Dios. Y quizá ni eso.
*
Por el ocioso camino de la filosofía se llegó a elucubrar hasta sobre los ángeles. Mas en términos de ocio, la poesía es la baba misma de los ángeles, la única vencedora, la nada mayor.
*
El universo gira en derredor del hombre, y Dios mismo está en un pequeño punto de su materia gris. ¿Se vio jamás semejante vanidad en un primate?
*
No hay imperio más vasto e infinito que el del pensamiento... Pensamiento típico de un filósofo.
*
No le apetece al homínido ser natural, no le basta erguirse como la materia orgánica que es, corruptible al sol; debía exhibir esas pretensiosas aspiraciones metafísicas.
*
Como joven animal bastó al hombre el cubrir sus necesidades básicas. Desnudo habría pastado en un Edén de ocio, con el ombligo al sol, por los siglos de los siglos. Pero la evolución lo echaría a perder, sofisticándole; incluso perdió mucho del pelamen original. No necesitaba de manera natural la metafísica, producto del intelecto, artificio conceptual. Sin embargo, tras miles de años de filosofar, aún el hombre no es capaz de responder a las llamadas preguntas «trascendentales» (y no parece que llegue a serlo en este siglo). Ni siquiera la magia, anterior a la metafísica, está próxima al instinto; esa magia que le sirvió para explicar el mundo cuando el instinto no era ya suficiente.
*
El único mérito indiscutible de los futbolistas actuales es el de haber reinventado una antigua profesión, la del mercenario.
*
Si Dios encarnó en hombre fue para terminar de una vez su creación, para cumplir la fatalidad de fundirse con su criatura. Al humanizarse, Dios cerró el universo a su imagen y semejanza, abrochó su totalidad incluyendo la imperfección humana, selló así su propia perfección. Al ser divinizado, el hombre coronó nada más su ruina, su vanidad. Sus pretensiones, sus quimeras, sus aspiraciones a la supremacía no son más que efectos secundarios de la apoteosis. No se sale indemne de alojar en las entrañas un fragmento de lo Absoluto.
*
El propio silencio del cosmos sugiere la existencia de vida extraterrestre. ¿Cómo podría no ser inteligente quien evita la raza humana y se mantiene a prudente distancia en el espacio?
*
Guarda siempre una luz para iluminar tu desgracia.
*
Por naturaleza, el crítico y el lector reaccionan distinto ante el poema. Mientras el lector se deja atrapar por la cadencia del lenguaje, el crítico utiliza instrumentos intelectuales y filosofa. Al lector le seducen las palabras y le basta su belleza; al crítico, cuya mirada va más allá, le atrae tanto la idea poética como la técnica o el metalenguaje. Así el mismo poema resulta diferente para el crítico y el lector. Quizá, entre las múltiples interpretaciones que pueda sufrir un poema, exista incluso una que se aproxime a la idea poética original. Al final, la amplitud de significados se debe en parte a cierta ambiguedad del texto poético.
*
Detrás de una buena idea hay siempre un imitador.
*
El año sabático de Dios tiene un nombre apropiado para Él: eternidad.
*
El artista frente a sus biógrafos: indefensión mayor como ninguna. Las más serias páginas del biógrafo, historiador que ficciona, han sido alentadas por un mínimo de admiración por el sujeto. Tal subjetividad afectiva es la que insufla ánimos al biógrafo para acometerlas y emprender la delirante tarea de reconstruir una vida. Lo que haya sido verdaderamente el artista mientras gozó de la gratuita facultad de respirar, se diluye y convierte en las diferentes visiones de quienes le estudian. De una existencia magnífica o terrible sólo quedarán unos folios parciales, unos circunloquios. Al suplantar la realidad, la eficaz ficción salvará a esas páginas, a ese epitafio glorificado.
*
No es en la intensidad de los apogeos sino en la profundidad de los fracasos donde la fuerza de un carácter es medida con fidelidad.
*
La vida es un hecho meramente orgánico. La mayor tragedia humana, la muerte, no es más que una pantomima.
*
Somos el experimento biológico de Dios.
*
Todas las ficciones, incluidas las del arte musical, han insuflado al último aliento un grosor romántico y dramático, y es que el fin de una existencia parece siempre un recurso y un tema apropiado. En realidad el primer sorbo de aire es el más grave, al preludiar toda la respiración futura y el peso incalculable de la vida misma. No se puede respirar sin sentirse de alguna manera abrumado.
*
Donante de órganos: ¡qué manía la del humano de ser productivo, aun en condición de cadáver!
*
La palabra es el más etéreo de los actos. Quizá por ello puede alcanzar grandes alturas.
*
¡Emanciparse de la tiranía del tiempo para caer en el vértigo insondable del vacío de tiempo!

Poemas

C.Brâncuşi


Jorge GALÁN

La niña

Hoy recuerdo a la niña, mi niña, siempre es ella,
subimos una calle cubierta de palomas,
tiene tres corazones azules sobre el pecho.
De su vestido blanco vuelve a nacer el viento.
Ahora la recuerdo, nos veo más temprano,
las estrellas ocultas llenas de madrugada,
ella tenía entonces las manos menos bellas
y era como un aroma delicado y extenso
esa luz de noviembre que la cubría entera.
En su pecho algún himno la hacía interminable.
Extrañas golondrinas era su pelo extenso.
Su pelo, lluvia súbita, que el crepúsculo amaba.
Y hoy recuerdo a la niña, mi niña, siempre es ella,
y la veo desnuda sobre un campo amarillo:
sus senos son puñados de girasoles ebrios,
sus piernas dos columnas a ambos lados del cielo,
su vientre un cielo humano, un ámbito de fuentes,
y ahora me recuerdo detenido en su cuerpo,
derrumbado en su cuerpo como la madrugada,
más tarde la veo irse por caminos austeros,
va pisando una hierba quebrada por el frío,
veo que tiene manos más bellas que la tarde,
sostiene dos palomas ya para siempre ciegas,
los árboles se empinan para verla ese instante,
y hay un aroma extraño de vinos y de carne
y hay ojos que la observan, pupilas temblorosas,
y hay manos que la siguen con temblorosos dedos,
los trenes se detienen para herirle los pies
y se arrodilla el día sobre su clara sombra.
De su cabello nacen abejas menos muertas
que las abejas muertas que construyen el fuego.
Hacia donde camine no me quedarán ojos.
El sol que la hace hermosa me volverá ceniza.
Y ahora la recuerdo, mi niña, siempre es ella,
subimos una calle cubierta de palomas,
tiene un vestido blanco, menos blanco que entonces,
tres breves corazones azules sobre el pecho,
algo tibio en la boca y algo inmenso en los ojos.
Nos veo, vamos juntos, niños interminables,
la noche que hoy nos cubre no sabe de nosotros.


Abril, 2003
Transeúnte

Parado en la acera, a la orilla de esta calle
situada a su vez al norte de esta ciudad
donde puede morir un hombre y su muerte
tendría la misma importancia
que la aspiración de una pequeña dama
que percibe un leve aroma blanco que jamás
podría ser el aroma de la nieve.
La muerte no vale mucho aquí,
solo un poco más que el árbol que se derrumba
sobre sí mismo en la profundidad del bosque,
sin que nadie le note,
pero debería tener un valor similar al de esa torre
que se derrumba por el sonido incalculable
de un millar de trompetas.
Los gritos aquí, lo mismo que palomas oscuras,
penden de los aleros o llegan a morir a los techos
de edificios y casas donde el ratón y el musgo se conocen.
El viento es el único abrigo aquí, el único edredón.
Los autos pasan como mínimas olas a mis pies.
Atrás de mí los transeúntes y la noche son lo mismo.
Los faroles se han encendido como ojos repentinos
que recobran la vista.
La muerte es la única abundancia cotidiana.
Vuelvo a moverme, camino en línea recta,
ni a izquierda ni a derecha volteo,
la sombra de un muchacho se enreda a mis pies
como algún día un niño lo hizo en las piernas de una madre
cuyos ojos no miraban el mundo sino la oscuridad.
Mi paseo me lleva hasta una esquina. Me detengo.
Pienso que las estaciones andan y se detienen en ese lugar
donde debían de llegar y que jamás se equivocan de sitio.
Quisiera ser el invierno estacionado en esta esquina distante,
la femenina primavera o el enfebrecido verano me interesan muy poco,
el otoño solo le interesa a mis ojos y unos ojos no pueden ser un alma,
si mi alma fuese un martillo yo mismo sería un yunque y el martillo
que golpea ese yunque,
si fuese un animal sería una lombriz que repta en recónditos lugares,
cavernas parecidas a la inmensidad antes de la creación;
si fuese un árbol no sería un árbol sino una multitud de bambúes,
amarillos y esbeltos como las uñas de algún enfermo inútil.
Me siento, me recuesto en el piso, veo la noche establecida,
los astros que no puedo leer y la negrura que no puedo explicar ni poseer.
Quienes me observan prefieren ver un cuerpo tendido y no la eternidad
que se abre en el cielo como unos brazos llenos de amor en torno de otro cuerpo,
poco antes de cerrarse;
prefieren ver la ingenuidad colmando el rostro de la inerte inmundicia,
el hambre dibujando unos pómulos que algunas vez fueron manzanas frescas,
prefieren observar la palidez de lo insano y el orgullo de la demencia
antes que el mapa de la creación que sobre cada una de sus cabezas baja
como lo haría una corona interminable y espléndida sobre la cabeza de un rey.

Me siento. Me levanto. Cruzo una calle. Me detengo en la acera,
en esta acera donde podría morir y no doblaría una campana anunciando mi muerte
ni se doblaría una rodilla ni caería una lágrima ni se oiría una oración.
Los automóviles son relámpagos en la oscuridad que se reafirma.
Me doy cuenta de que soy el sedimento de esa oscuridad y me sonrío y creo
saber que he descubierto la importancia de una existencia,
el fin absoluto de la misma, el motivo por el que un hombre fue creado.
Debiera de haber ángeles abrazando mis pies.
Debiera de haber una docena de bellísimos niños besándome las manos.
Debiera de haber un millar de mujeres humedeciéndome el cabello con perfume finísimo.
Debiera de haber música de panderos a mi espalda y al frente.
Debiera de ser esta una playa flanqueada por palmeras y no una triste calle.
Debo decir que mi aliento me ha descubierto a veces el olor de la muerte.
Y pensar que fui bello como el cachorro blanco de un León poderoso.
Atrás de mí los seres y la noche no pueden ni deben ser distintos.
Mi discurso es la niebla que baja de los árboles.

Lo inevitable

Mi madre dijo mañana va a haber viento,
pero su mañana ya es hoy:
es más de media noche.
El viento hace de los follajes un mar que va y que viene
como el mar mismo.
Hay aves que están muriendo en su propio resguardo.
Algunas ramas se inclinan hasta el suelo y se quiebran
igual que algunos hombres muy cansados
vencidos finalmente por la culpa.
Mi madre también me ha dicho que hará frío,
pero desde hace varios días mis ojos son escarcha.
Ambos bebimos té y hablamos recordando
el sabor de los nísperos
y la lentitud de la miel al esparcirse sobre el pan.
Desde la habitación en donde estábamos
la ciudad cabía en el marco de una ventana,
era perfecta ahí como el cuerpo de una mujer amada
lo es en nosotros muchas veces.
Mañana, me repite y entonces quiero decirle y no lo hago,
que el tiempo es una invención tardía de los hombres,
que un instante también es un milenio
y un milenio un instante
y que nada hay más parecido al fin que el principio
que la nada de antes y la nada de después
es solo vacío
y que en medio flota una página en blanco
que alguien llena de palabras a veces banales
y otras veces terribles
y que lo que ella llama mañana ya es hoy en otro sitio
y ese sitio puede estar tan lejos o tan cerca como yo mismo
y que el tiempo es un manto que la eternidad ocupa para vestirse
en un intento inútil de poder comprenderse
porque la eternidad es invisible e incontable y quisiera medirse
e intenta inútilmente recrearse proveyéndose márgenes donde jamás se abarca.
Mañana vendrá el frío, me repite otra vez
y pienso, otra vez sin decírselo, que todo es tan sencillo
y que las estrellas son solamente estrellas:
Puntos de luz inertes a tan solo unos ojos cerrados de distancia,
y que el cielo es el cielo y la noche la noche y el viento solo viento
y que aunque ahora ya es mañana
resulta inevitable que todo mi presente
sea para mi madre su después.

Los Muchachos

Ahora voy a hablar de los muchachos,
esos que una mañana fueron por un pasillo que separaba entonces
las sombras de unas casas de la sombra de un cerro.
La ciudad poseía el tamaño oportuno de unas calles brevísimas,
y el pecho a media luz de una muchacha podía ser el cielo
y era el cielo.
Lo cotidiano y su misterio.

Las camisas aún blancas, las miradas aún tibias, las manos delgadísimas,
y un solo corazón en varios pechos.
La vida era otra cosa, otro sabor dejaba sobre la piel el labio
tembloroso que hacía crecer un horizonte sobre el cuello erizado,
otro aroma tenía la noche y sus jazmines,
y los tantos fantasmas no tenían los ojos malignos que hoy poseen,
ni el dolor más terrible sobrepasaba entonces los límites del alma
porque entonces el alma no era el campo rodeado por mutilados cuerpos
sino un sitio sembrado de platinadas flores rodeadas por pinares
cuyas azules puntas rozaban las estrellas,
porque abrazarse entonces era de alguna forma como abrazar el cielo.

Y todo esto que digo no tiene más remedio que ser cierto.

Tiene la obligación, aunque no lo desee, de hacerse verdadero.

Los muchachos de entonces, sus pies llenos de polvo, tan briosos sus ojos,
tan amigos del mar cuando el mar era un sitio de arena y piedras lisas
y no un nombre que a veces separa el continente del océano,
la mano de la novia a media tarde como ola inusitada resbalando en el pelo.
Los muchachos de entonces, las esquinas que oyeron las palabras aquellas
donde todo romance podía ser posible y donde era imposible lo perverso,
y la emoción ruidosa de ver las niñas diáfanas hermosamente ocultas
tras el desdén de un gesto.
Todo era tan sencillo como el vuelo impreciso de una abeja brevísima.
La vida era el murmullo de alguien que en lo sombrío le dice a alguien oculto
algún rarísimo secreto,
ese que ha sido casi del todo revelado
y es este frío interminable que ha penetrado tan adentro.

La voz del que está oculto puede hacer erizarse cada cuello.

Los muchachos que fuimos, esos que no pudieron presentir quiénes somos,
aunque los que ahora somos adivinen tan bien quiénes seremos.
Pero es tan bello hablar de los muchachos,
de esos que permanecen abrazados
a la fraternidad de aquellos días donde pertenecemos.
Esos de cada instante que hace ya tantos años que no veo:
solo uno permanece algunas veces, los demás bien podrían
decir que me he perdido
así como yo puedo decirme que se fueron.
De todos solo hay uno que camina por el pasillo de los muertos,
ese tan parecido por sus hojas oscuras y sus hierbas selváticas
a aquel que separaba nuestras casas del cerro.
Jamás noté la muerte en su mirada
pero él tampoco pudo presentir esa boca parecida a un abismo
que iba a engullirme entero.
Éramos inocentes
veíamos tan poco pero era suficiente, siempre era suficiente,
ahora lo comprendo.
Si alguna vez viniese de la muerte
no me hallaría al hombre que ha cesado de pronto
sino al muchacho que recuerdo.
En sus ojos oscuros podría distinguir el universo.
No podría mentir sobre estas cosas, lo que digo es así, si lo callara
crecería una sombra en el silencio.

También quiero decir que esos muchachos jamás tuvieron miedo.
Quiero decir jamás tuvieron miedo.
Jamás tuvieron miedo.

Se ha vuelto una necesidad incomprensible retornar hasta ellos.
Pero sé que no puedo, que no debo, que sería marcharse hasta ese sitio
donde me habitaría lo perverso.

El tiempo es implacable con el tiempo.

Ahora voy a hablar de los muchachos,
mientras me inclino al borde más austral de mi alma para besarme entero.

Perdonarse es la única manera de salvarse,
me ha dicho alguno de ellos,
y yo he querido entonces decirle tantas cosas, pero solo consigo
decirle que no puedo.

La vida es otra cosa y sea lo que sea nos está consumiendo.
A veces me parece que nadie más comprende que desaparecemos.
Y desaparecemos, nuestros años no existen, solo quedan siluetas,
las de varios muchachos que caminan sin prisa por un breve pasillo:
a su izquierda unas casas, a su derecha un cerro.

La ignorancia es la esencia de toda su alegría:
ese sitio más cálido adonde me doy cuenta que ya no pertenezco.

El holgazán

Acostado en la cama miro por la ventana
el cielo no es celeste ni azul
es verde oscuro. Las hojas no son verdes,
las hojas son doradas. Las ramas donde penden están rojas.
No hay nubes esta tarde ni brisa ni esa música
que en el silencio habita sin que nadie la note.
Allá afuera está el mundo que observo sin mirarlo.
Y me pregunto, ingenuo: ¿se asomará a mirarme?
Siempre divide, un hombre, la humanidad en dos mitades,
así como el interminable nuevo instante presente
divide la eternidad en lo que fue y lo que será.

¿Posee olor esta habitación?

Supongo que huele como mi cuerpo, pero no lo distingo.
Si me tendiera sobre un campo de jazmines olería a jazmines
pero estoy tendido sobre la cama y la cama esta tendida a su vez sobre el mundo.
¿Cuál es el aroma del mundo?
¿A qué huele la noche? ¿Es el alba un perfume?
Me siento hijo este instante cuando soy el inicio y el final
de todas las distancias y todos los caminos,
porque un hombre siempre es el inicio y el final
de todos los caminos y todas las distancias:
si cierro mis ojos el cielo tiene el tamaño de unos párpados cerrados,
si los abro, el cielo se extiende hasta volverse oscuro y llenar una inmensidad
que solo es posible si me doy cuenta que es posible.
Si me levanto, no estaré parado sobre el piso de ladrillos sino sobre el mundo
y el mundo me sostendrá aunque no me de cuenta que me sostiene
y girará y se destruirá y restituirá, todo bajo mi pie, bajo mi sombra de esta tarde
y otras tardes iguales que esta, donde nada parece suceder,
donde no quedan pájaros y los rocíos invisibles alimentan pistilos que no veo
y el viento se ha alejado a unos árboles demasiado lejanos,
cuyas siluetas, que no observo tampoco, son solo hombres oscuros de alguna lejanía,
inmóviles e incapaces de producir algo más que temor o sospecha
pero jamás asombro.

Miro por la ventana. La cama está mullida. El cielo no es celeste ni azul
es verde oscuro. Las hojas no son verdes, son doradas, no caen, se mantienen asidas
a las ramas de un árbol que en la tierra se hunde como un rayo perenne
que se hundiera en la noche.

Octubre para siempre

En algún sitio hay una gran tristeza.

En ese sitio es martes,
por la tarde,

y alguien espera.

Mira por la ventana
y ve ahondarse un cielo casi sepia:
los árboles se alejan,
pronto desaparecen,
sus ojos son de niebla:
vuelven silueta todo lo que observan.

No es la misma ciudad de cada día
la que se le revela,
es un sitio minúsculo
donde no existen ruidos
ni personas
ni fechas.

Él espera por alguien
sin saber en verdad por quién espera.

Tras él dos niñas blancas todo ignoran,
ambas están sentadas a la mesa:
Tienen libros abiertos,
corazones abiertos,
y de pronto se ríen,
y más tarde
conversan.

Un cielo casi rojo
se dilata sobre ellas.

En algún sitio
hay una gran tristeza.

En ese sitio es jueves
y hay alguien que supone
que las cosas regresan,
que los días retornan
como retornan las palabras
a todas las respuestas.
Y este alguien que supone
ve una puerta cerrada
y la presiente abierta.
Tiene un hambre terrible
y por terrible
supone que no es cierta.
Bajo sus párpados se hunden
dos migajas de llanto y dos de niebla.

En ese sitio octubre es para siempre
y la lluvia ha caído
convertida en dos párpados toda ella.

En algún sitio
hay una gran tristeza.

En ese sitio es vísperas de algo
y nadie se da cuenta:
ni siquiera han notado a ese muchacho
que es un cuerpo tirado
debajo de una mesa.
El frío más extraño
se ha paseado en sus labios
similar a una lengua.

Si acaso alguien llegara para hablarle
podría responderle
con palabras ajenas:
está durmiendo un sueño
cuyos márgenes últimos
ni siquiera
sospecha.

Afuera ya es domingo
y las campanas doblan
haciendo más cercanas las iglesias.

En algún sitio
hay una gran tristeza.

Rodeado por el mundo…

Rodeado por el mundo y a la orilla del viento, entre los árboles,
su cuerpo era una silueta que surgía ante mí,
y yo, que había estado perdido por demasiado tiempo en bosques sombríos,
que había caminado a través de la oscuridad hasta volverme una respiración,
un fantasma que entraba y salía de la sombra, vislumbré esa figura
como el nuevo continente que el vigía divisa desde el centro del mar,
apenas un brillo, el filo de un cuchillo, un iceberg
cuya punta era la huella de un abismo que se hundía en la superficie
como un bajo relieve pero que a nuestra vista, en nuestra realidad invertida,
era solo un montículo blanco, el lomo de una ballena enorme,
una colina sumergida en la nieve. Y caminé hacia allí sin saber hacia dónde caminaba
y en un instante olvidé todo aquello que se quedaba atrás, la oscuridad, el mundo
que me rodeaba se convirtió en un murmullo lejano, como otra brisa,
y no puedo saber qué significa todo esto o qué sigue o si llegaré hasta algún sitio
donde pueda quedarme para aprender otra vez las costumbres del alba,
solo puedo decir que encontré un camino que seguir, un rastro
como el que dejan las estrellas que caen y se pierden al fondo de unos ojos cerrados…
Sé que atrás la noche repite mi nombre en el lenguaje de las piedras, lo sé
aunque no le escuche porque para mí lo que viene después del crepúsculo de la tarde
es una piel que a veces se extiende sobre mi cuerpo como el universo
que se tendió sobre la oscuridad hasta llenarla con sus soles y mundos
y es por ello que el frío, aunque terrible, no tuesta ni mis brazos ni mi rostro
y puedo asomarme al acantilado en cuya orilla he caminado y lanzarme
como lo hace el occidente sobre el horizonte que comienza a mis pies…


La claridad

¿Existe la profundidad de la montaña, esa claridad
que cada uno ha sospechado o dado por cierto pero ninguno ha visto?
¿Qué se esconde ahí? ¿Acaso una piedra del principio del mundo
espera ahí la mano humana que la levante y le vuelva un tesoro?
No se escucha una voz entre los pinos que crecieron en esa oscuridad.
Miles nacieron y murieron sin que ninguna voz humana les definiera,
sin volverse silueta en ninguna pupila o aridez para ninguna mano.
El búho blanco habitó ahí, el conejo les rozó con su sombra,
el venado puso su pezuña sobre los troncos cubierto de moho.
Hablo de lo que no es memoria para nadie.
La tempestad no pudo revelarlo. El silencio ahí lo disfruta
el espíritu del fresno y del pino, ese que es uno solo
y que es también el espíritu del mundo.

El susurro

Tarde en la noche, hay algo que está muy cerca y sin notarlo me toca
como el alma del otoño o la primavera a la rama del ciruelo
haciéndola florecer o secándola, dotándole de vida o de muerte.
Y desde esa inmensidad más íntima, vienes como un aroma que no conozco,y tu cuerpo, todo de luz, es un cuenco lleno de estrellas,tus muslos son hogazas de pan, tus tobillos
piezas de mármol donde inicia la tarde, tus piernas
dos faros en medio de la tempestad, pero tu imagen también es un sonido:el rumor de un cabello naciendo a través del dorado
o el rojo, una vieja canción, una voz, un eco repentino de algo que surge
y te hace regresar desde algún sitio de todo mi pasadodesde donde te veo decir unas palabras que no escuché pero que eran la noche:
la oscuridad me rodea como la casa que rodea al astrónomo que duerme
luego de haber visto lo que nadie antes que él vio: un mundo o un astro
nuevo para la humanidad, lejano como todos los puertos del pasado, inalcanzable.
Un abismo que cae de bruces hacia el cielo es tu boca dulcísima
y tu cuerpo es un bosque rodeado por el rastro del bisonte que huye,
del búfalo que mira la pradera que da la vuelta al mundo,
del castor cuyos dientes sirvieron de amuleto,
y del venado veloz que, a través de lo escarpado,
se vuelve un mensaje de lo efímero. Lo antiguo habita en ti
no como una memoria sino como un alma que se revela
y te revela la poderosa esencia de aquello primigenio
y a través de tus manos habla la delicadeza de la primera brizna
de nieve, y en tu lengua, la primera ciruela retorna a la dulzura.
Tu piel, que es como un grito que ha inclinado las ramas del bambú,
llega a través de la brisa ínfima que produce el temblor del fruto,
y toda tú te acercas, tarde en la noche, y te muestro, a través de mis ojos,
aquello que por más que te empines no alcanzas a mirar:
continentes de hielo que se dirigen hacia el final del horizonte,
islas donde la lluvia es una cosecha dorada que cae como cae tu pelo
sobre tu rostro, que, de perfil, es una flecha
que alguien lanzó a la oscuridad…

La anciana Beatriz

Me convierte en una mujer débil hablar de él.
Él es la tormenta que cae sobre mí,
cada gota posee el filo de un cuchillo,
antes con ese mismo filo cortábamos el pan
y comíamos pan y bebíamos cerveza
y nos dormíamos juntos, a veces como dos amantes
y otras como dos hermanos gemelos.
Ahora me convierte en una mujer débil acordarme
de todas esas cosas tan simples
pero es inevitable no ir y venir del pasado
pues todas las puertas permanecen abiertas
y dentro de esa habitación invisible
hay un aroma delicioso de guisos o de flores
tanto que, en ocasiones, creo saborear un sabor deleitoso
o me sorprendo mirando jarrones colmados
por el color y la luz repartidos en diminutos pétalos.
Mi cuerpo es la estación y su cuerpo el tren que se aleja
cada mañana y cada tarde y cada noche.
Creo observarlo regresar, creo oír su silbato
más allá de las montañas, siempre a la hora del alba,
pero no consigue acercarse,
y no sé qué sucede, no sé qué magia es esa,
qué hechizo nos abarca hasta borrarlo todo,
tanto que de pronto se aleja, ya otra vez está lejos
y un asma es su silbato y su figura una silueta.
Estoy débil. El pan se ha secado en mi boca.
La cerveza ha perdido su sabor hasta volverse leche,
la leche de una enferma que bebe mientras muere.
Sus ojos son las tumbas que quisieran y deben
y no pueden cerrarse…

Las flores

Él me trajo flores y yo le sonreí.
¿Qué más puedo esperar de la vida?
Las dejé en un jarrón sobre la mesa
y cenamos y al día siguiente volvimos a cenar.
Un mantel blanco y media docena de velas
y pavo y luego pescado.
Parecíamos una pequeña obra de arte,
una fotografía en blanco y negro de lo que es la belleza.
Eso fue hace tres días.
Las velas consumidas se apagaron.
Las flores ya están secas.





Cultura y esperanza activa

Bernini: "El éxtasis de Santa Teresa"


Luis ALVARENGA

La aparición del suplemento cultural Tres mil, en el diario Co Latino tuvo lugar el 24 de marzo de 1990. La fecha está cargada de mucho significado. El 24 de marzo es el día en que se conmemora el martirio de Monseñor Romero, cuyos treinta años se conmemorarán próximamente. Lo novedoso de la conmemoración de este año es que las tres décadas del martirio de nuestro pastor forman parte de la agenda gubernamental. Pero en 1990 era distinto.
Monseñor Romero era una palabra prohibida para los que manejaban el aparato del gobierno. Pero ello no podía evitar que su nombre fuera evocado como una luz de esperanza en un tiempo de terror y oscuridad.
Esto tiene una relación fuerte con la fecha del surgimiento del Tres mil, entre cuyos fundadores se encontraban Gabriel Otero y César Ramírez, “Caralvá”, su nombre literario, y el poeta Javier Alas. Los dos primeros venían de México. Javier había comenzado su recorrido literario en el Taller Literario Xibalbá y ya tenía un par de poemarios publicados. Algo valioso del nuevo proyecto fue la apertura de espacios para diferentes talleres literarios y agrupaciones artísticas que, de otro modo, no tenían medios de difusión de su trabajo creativo ni de sus planteamientos. Aunque sus fundadores coordinaban el suplemento, éste no era “el suplemento de Gabriel, Javier y Caralvá”, sino un suplemento abierto a la comunidad artística y literaria del país.
Era apostar a la creación literaria en medio de un país que estaba consumido por el frenesí de la guerra. Era encender una luz de esperanza, de fe en que algo mejor que la muerte podía surgir de las manos del pueblo salvadoreño. A su manera, elegir la fecha del martirio de Monseñor Romero era tomar partido por los mejores elementos de la cultura salvadoreña.
Monseñor Romero se rebeló contra la injusticia estructural desde la palabra que denunciaba la locura también estructural y desde la palabra hermosa que anunciaba una sociedad constituida por la lógica del amor. En la palabra coinciden el profeta y el poeta. Ambas palabras contienen esperanza. Pero hay que tener cuidado con esto último.
Esperanza, es claro, viene de “espera”. Pero no es una espera pasiva, que aguarda a que las cosas se arreglen por sí mismas, lo cual equivale a no asumir las responsabilidades que deben afrontarse. Este tipo de esperanza es activa. Espera una sociedad mejor, al tiempo en que está tomando parte de la transformación de esa sociedad.
La esperanza pasiva, que es estéril, se limita a esperar a que otros —el Estado, la Empresa o el Partido— hagan el trabajo que le corresponde a artistas e intelectuales. De ahí que el Tres mil fuera un ejemplo aleccionador para quienes sueñan con mecenazgos y dejan de escribir, pintar, fotografiar o interpretar hasta que llegue el reconocimiento a las puertas de su casa.
La gran lección que podemos sacar al respecto es que el suplemento fue el mejor ejemplo de que los grandes aportes intelectuales y artísticos se dan cuando sus autores optan por esa esperanza activa, que les hace crear espacios de difusión del pensamiento y la creación. Abrir estos espacios es siempre una necesidad. Hacerlo un 24 de marzo de 1990, un gesto de valiente esperanza.

La dirección de la cultura

P. Picasso: "Guernica", óleo sobre lienzo, mayo-junio 19373,50 x 7,80 m.



Rafael Francisco GÓCHEZ

Han sido estos días de mucho debate sobre las personas que han estado o estarán al frente del organismo estatal encargado de la cultura. Desde aquella caótica reunión de artistas convocada hace meses para proponer al titular de dicha institución, hasta los más recientes encuentros para lamentar y criticar la destitución de la persona elegida, pasando por amplia variedad de publicaciones físicas y virtuales, ha corrido un apasionado -y, en algunos casos, desbordado- río de controversias intelectuales. Sin embargo, pareciera que a pesar de las diferencias en cuanto a enfoques, perspectivas y criterios, persiste una idea de fondo, más o menos indiscutible, sostenida de modo explícito o implícito: que la cultura debe tener una dirección, rumbo, perspectiva o derrotero; de ahí la importancia que se le concede a la persona y a la institución alrededor de la cual se discute.

Ciertamente, no parece absurdo pensar en que haya una política estatal orientada al rescate, preservación y difusión de los bienes culturales de carácter arqueológico, que además son patrimonio nacional y pertenecen a esa curiosa amalgama de elementos amerindios y transoceánicos que conocemos como “nuestro folclore”. Un poco menos sensato es imaginarse que sea el náhuatl resucitado y no el inglés lo que se enseñe en el sistema educativo nacional como segundo idioma, pero como todavía no se escucha un sentido clamor popular para avalar este tipo de propuestas, mejor dejarlo ahí. En cambio, hay dudas razonables sobre un presunto timón para la cultura en sentido artístico, cuanto más si pensamos en fines propagandísticos e ideológicos.

Argumentarán los teóricos de raigambre marxista que toda manifestación cultural es ideológica, en contraposición a los apologistas románticos de la autonomía absoluta del arte. Uno diría que tal debate ya tuvo su tiempo y su espacio, y que los resultados de la experiencia histórica concreta se descalificaron por sí mismos, pues embutir al arte creativo en corsés de cualquier tipo sólo provoca su asfixia. Una política cultural sana no debería caer en este tipo de trampas.

En cambio, sí sería una política cultural válida aquella que potenciara el desarrollo y expresión de la creatividad, cuya orientación no sea sino la que cada autor o autora quiera darle a su propia obra creativa. En tal dirección, un componente importante debería ser la superación del paradigma de que la creatividad artística es un don reservado para una pequeñísima cantidad de personas, una especie de elegidos o iluminados que destacan por sobre la masa amorfa e ignorante. Puede que las apariencias digan que esto es así, pero el punto es que no necesariamente debe ser así.

En un ensayo titulado “Llenando el espacio cerebral” (1988), Isaac Asimov suscribe la tesis de que “la gran masa de gente no creativa es así porque nada más eso hicieron de ella”, y que “si no viviéramos en una sociedad que hiciera necesario que tanta gente se involucrara en trabajos que no requieren del pensamiento, la creatividad no sería tan rara”.

Qué bueno sería diseñar una política cultural que se concentrara en crear los espacios y oportunidades para que más gente descubriera y desarrollara sus facultades creativas, más allá de la simple artesanía y sin que estuviese de por medio la imposición de dirección temática alguna. Sería algo similar a lo que en el deporte se entiende como “masificación”: crear una amplia base de donde surgiera un renovado arte nacional. Por supuesto que en coherencia con este primer paso, habría que pensar en los medios para que el producto resultante llegue a su destinatario final, el público, tarea titánica y quizá hasta utópica, si consideramos que nuestra población no “consume” cultura y que le duele infinitamente más pagar cinco dólares por un libro, más aún si es “nacional”, que por una ronda de cervezas en cualquier sórdido local de bebidas espirituosas. Pero por algún lado hay que comenzar.

Prólogo de Las historias prohibidas del pulgarcito de Roque Dalton


Vincent van Gogh: "Autorretrato"


Rafael MENJÍVAR OCHOA

I
Hay dos cosas que son ciertas aquí, ahora y siempre. La primera es que la historia –la oficial, la de mayúsculas reverenciales– la escriben los ganadores. La segunda es que esa historia no soporta el sentido del humor ni las paradojas, es decir las verdades a secas. Basta con que brinque un dato ignorado por los redactores de turno, las palabras inocentes de alguien que recuerde su infancia, un recorte amarillento, para que la Historia se convierta en caricatura de sí misma y los próceres, mártires y grandes gestas sean materia de guiñol.
La consecuencia de aplicar el humor a la historia oficial es una sola: la pérdida del respeto por parte de los marginados de la historia –la de las minúsculas–, los protagonistas verdaderos, que por sí o por no permitieron que sus nombres se pusieran en letras muy pequeñas en la lista de créditos, en pro de la patria o de alguna abstracción igual de excluyente. Sonará a consecuencia demasiado moral para tener valor práctico, pero de allí surgen los motines, las revoluciones y las guerras de liberación nacional: todo lo que tarde o temprano se convertirá de nuevo en Historia, y así sucesivamente.
Por eso la burocracia de 1984 –la terrible caricatura de Orwell– se la pasa rescribiendo la historia libro por libro, noticia por noticia, foto por foto, línea por línea, y controlando implacablemente a los que pudieran encontrar una pista que los llevaría a otro lado. No importa a dónde; talvez sólo a un desechado lugar de sí mismos, a una sensación desconocida, a un espejo.
Por eso –también– el poder necesita gritar como predicador en iglesia de dudosa santidad: los feligreses no deben dejar de ver hacia el frente, hacia él, que cuenta historias de apocalipsis aterradores e improbables, pero fascinantes. Una simple mirada de reojo al vecino de la izquierda propiciaría –por comparación– la revelación: los gestos del hombre santo son ridículos, su voz es ofensiva, sus palabras no llevan a ningún lugar dentro del que uno pueda o quiera imaginarse. Y el encanto se rompe.
Roque Dalton –el de Las historias prohibidas del Pulgarcito– es el feligrés que mira hacia otro lado y después regresa la vista al hombre solemne que amenaza con infiernos pavorosos. (El peor: si pecamos, si dudamos, si preguntamos por qué –o cuándo–, la historia nos olvidará o nos colocará en el sitial de los condenados.) Y lo que Dalton ve es a un tipo subido en unos zancos muy frágiles, una panza bien cultivada, una calva cubierta con un mal bisoñé, parches en los pantalones, una corbata chillona. Y se ríe, y la risa es una enfermedad contagiosa, así su periodo de incubación sea a veces lento.

II
Contaba el escritor salvadoreño Álvaro Menen Desleal (1931–2000), su amigo, compañero de generación y a la vez humorista temible, que Dalton comenzó a publicar los materiales de las Historias prohibidas en las páginas literarias de El Diario de Hoy, considerado el bastión inalienable de la derecha, en un espacio titulado “Columna vertebral”, a finales de los años cincuenta.
Lo hizo durante las aperturas democráticas –alguna se llamó a sí misma “revolución”– de los gobiernos militares de Óscar Osorio (1950–1956), José María Lemus (1956–1960) y Julio Rivera (1962–1967). La tolerancia de los tres era menos consistente que el humor de Dalton; en esos periodos fue perseguido, encarcelado, casi ejecutado (la historia o la leyenda cuenta que un terremoto derrumbó un muro de la cárcel el día anterior al fusilamiento), y de allí pasó al exilio, que rompería sólo un par de años antes de su muerte.
Claro que entonces era militante del Partido Comunista, hacía poemas políticos (“comprometidos”) y participaba en las actividades de organizaciones estudiantiles, las adversarias más irritantes de los militares. Pero lo peor fue confrontar la verdad oficial con los textos que el lector está a punto de leer: puros y simples retazos de historia cotidiana, literatura, frases y dichos populares, ideas cotejadas con el paso del tiempo. Es interesante que la mayor parte perteneciera al corpus de la historia oficial, y surge otra ley: la historia oficial se modifica para permitir su propia continuidad, y requiere del olvido de sus receptores para no desmoronarse. (El Gran Hermano de Orwell era sabio y cruel: no condenaba al pueblo al olvido, sino a los nuevos recuerdos.)
La paradoja fue que Dalton resultara asesinado por sus propios compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo, el 10 de mayo de 1975, y no por sus enemigos naturales. O quizá los enemigos naturales del sentido del humor no sean necesariamente los opresores del capital y las leyes sesgadas, sino quienes buscan engrosar las páginas de la historia oficial y escribirla a su gusto, para su mayor gloria. El modo de tratar que la historia –la minúscula, con pretensiones de mucho más– no se desviara de un rumbo improbable fue asesinarlo; el mecanismo es viejo y nunca funciona en el plano de la evolución de las ideas, pero tenemos un poeta menos y no sabremos qué escribiría Dalton en su siguiente madurez poética y física. (Lo ejecutaron cuatro días antes de que cumpliera los cuarenta años.)
Otra paradoja es que, tras el crimen, la mayor parte de sus apólogos en El Salvador creó a su sombra un culto según el cual no hacía falta leer su obra, disfrutar su humor, sufrir sus dudas, enternecerse con sus recuerdos de infancia: bastaba con saber un poco de su biografía, las circunstancias de su muerte, haber leído sus poemas menos afortunados, escritos bajo la urgencia de la lucha guerrillera, imitar lo que se pudiera, para ser un seguidor y un conocedor de Roque Dalton, o lo peor: un especialista. Durante los años de la guerra, y después aun, pareció que en El Salvador la poesía se detenía alrededor de la imagen del poeta mártir, y que se trataba del fin de la historia literaria. Más allá no había nada. El culto llegó hasta el extremo en que se nombró un teatro municipal y una pinacoteca universitaria con su nombre, cuando fueron disciplinas que estuvieron fuera de sus alcances, si descontamos alguna puesta en escena universitaria y los dibujos casuales que cualquiera deja en cualquier parte.
Los comisarios de la palabra marginaron a los poetas que buscaban algo de originalidad en la mejor escuela del maestro muerto, dictaron cánones básicos y a la vez inalcanzables –nadie podía ser Roque Dalton, ni siquiera él–, y los académicos y maestros fueron predicadores vociferantes que hablaban de un hombre muerto a quien no comprendían, y no era el caso: lo importante era que los vieran a ellos, y Dalton en la cruz, más como imagen de la víctima desvalida que como un luchador de la palabra y las ideas. Ellos mismos hubieran sido víctimas de su humor.
(Quizá el Gran Hermano fuera después de todo una buena persona, y fueran sus exégetas quienes, tras su muerte, lo convirtieran en un tipo sin entrañas, una variable que Orwell no tomó en cuenta.)

III
En la bibliografía de Roque Dalton, Las historias prohibidas del Pulgarcito ocupa un lugar especial, en un corpus formado más por excepciones que por constantes.
El “eje central” de la obra de Dalton lo integran sus libros de poemas publicados en vida, apenas cinco: La ventana en el rostro (1961, publicado por Baile del Sol en 2003), El turno del ofendido (1962), El mar (1962), Los testimonios (1964) y Taberna y otros lugares (1969, publicado en 2006 por Baile del Sol). Antes de La ventana, además de los poemas sueltos publicados en revistas, publicó unidades que después integraría en éste: Mía junto a los pájaros y La balada de Anastasio Aquino, ambos de 1957.
En los libros canónicos se percibe una evolución formal constante y una búsqueda de medios de expresión propios. De la influencia casi directa de Neruda, Vallejo y Nicanor Parra (el de la antipoesía), en su primer poemario, pasa a la experimentación con recursos de otros autores, en El turno del ofendido (García Lorca, Eliot, Nazim Hikmet, etcétera). Desde temprano cuenta con un código fuertemente propio, pero no es sino hasta Taberna donde encuentra su voz (o sus voces) y donde se perfila una depuración que truncó la muerte. Vale la pena mencionar en especial el poema “Los extranjeros”, el punto más alto de su producción, y varios textos amorosos.
El poema “Taberna”, una pieza del todo experimental (y por eso mismo sujeta a discusión en cuanto a sus alcances) pone sobre el tapete un concepto que maneja con mano propia: el “poema collage”, un tema sobre el que volveremos más adelante. En la primera parte del poemario hallamos su vena antipoética, aprendida de Parra, que utilizó especialmente para los trabajos de fuerte contenido político.
Fuera de estos cinco libros encontramos los poemas y poemarios que dejó inéditos, que deben tomarse con pinzas; no se encuentra allí lo más significativo de su producción, aunque sí lo más citable: mucho ingenio, humor negro, ideología en seco, incluso amargura, son la constante. Hay sin embargo mucho de la compleja elaboración de sus mejores textos. Es probable que estos libros estuvieran destinados a su publicación después de un proceso de depuración, que ya no le fue posible.
Los poemarios inéditos son: Un libro levemente odioso (escrito en 1970–72, publicado en 1988), El amor me cae más mal que la primavera (1969–1973, aún sin publicar), Los hongos (1968–1973, varias publicaciones) y Doradas cenizas del fénix (inédito), además de piezas sueltas.
Destacan de este corpus dos textos en especial. Por su calidad poética, un poema inconcluso, que sólo se ha publicado en antologías, “Esbozo de adiós” (1973), una despedida de Cuba, de su familia y de sí mismo, escrito poco antes de regresar a El Salvador. El otro es Los hongos, un largo texto que habla de religión, ideología, revolución, la infancia del poeta y sus contradicciones personales. Allí aparece de nuevo el collage como recurso técnico. La forma y los recursos son mucho más precisos y ricos que los de “Taberna”, y es bastante probable que éste le sirviera de antecedente directo.
Hay otro libro que no estaba destinado a formar parte del universo literario del autor, Poemas clandestinos, con textos escritos entre 1973 y 1975, bajo los pseudónimos de Vilma Flores, Timoteo Lúe, Jorge Cruz, Juan Zapata y Luis Luna; fueron publicados después del asesinato de Dalton, en una edición mimeografiada de la Resistencia Nacional (la escisión del ERP tras el crimen), y debían publicarse como parte del trabajo propagandístico de su organización. Aunque hay aciertos poéticos que pueden esperarse de un escritor experimentado, el énfasis está puesto en la ideología, en el momento de la lucha en que fueron escritos, y en las voces de los poetas populares que creó.
Su obra “no poética”, publicada e inédita, está compuesta por Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador; la novela Pobrecito poeta que era yo... (escrita entre los años sesenta y 1974, publicada póstumamente en 1975), la monografía El Salvador (1963); un extraño híbrido titulado Un libro rojo para Lenin, escrito a principios de los setenta, inédito hasta 1986 y publicado por Baile del Sol en 2004, y varios textos literarios y políticos (como ¿Revolución en la revolución? y la crítica de la derecha, de 1970, acerca de la teoría del foco revolucionario planteada por Régis Debray de acuerdo con los postulados del Che Guevara).
Miguel Mármol está basado en el testimonio de un sobreviviente de la matanza de 1932, pero hay en él mucho de creación literaria, y quizá sea uno de los libros más redondos y cerrados de Dalton. Pobrecito poeta recurre a recursos poéticos para solucionar problemas narrativos, y cuenta con páginas magistrales que es necesario leer. En Un libro rojo para Lenin, escrito por convocatoria de Casa de las Américas para homenajear al luchador social ruso, utiliza todos sus recursos literarios (poesía, narrativa, ensayo, periodismo...), y recurre también a textos de otros autores para dar forma al todo. En otras palabras, un collage que hay que considerar por su estructura.
Dentro de esta producción (y alguna más), destaca Las historias prohibidas, libro excéntrico, pero talvez el que preparó durante más tiempo: desde sus épocas de estudiante universitario, cuando publicaba los materiales en El Diario de Hoy, aprovechando aperturas democráticas que no eran para él, hasta tres años antes de su asesinato. Él mismo calificaba el libro como “poema collage”, una forma que buscó durante años, y que cuajó plenamente en el libro que el lector tiene entre las manos.

IV
En Las historias prohibidas del Pulgarcito, Roque Dalton parte de un principio que estableció Dadá a inicios del siglo XX, con no poca ironía: todo es arte, siempre y cuando haya la intención del artista de hacer una pieza de arte. Marcel Duchamp “creó” en 1917 un orinal firmado por R. Mutt, un plomero que hacía de lo suyo un arte, y tituló aquella obra como “La fuente”. Lo único que hizo, además de firmarlo, fue voltearlo 90 grados para que se viera desde otra perspectiva. Aún se exhibe como una declaración de principios y, sobre todo, de actitud y humor.
Roque Dalton logró equivalentes literarios, a través de los fundamentos de la antipoesía de Parra, en una época en que lo de Duchamp se había sistematizado (o todo lo contrario, porque Dadá niega el sistema, no el rigor técnico) en el llamado “arte conceptual”.
En ese marco, los materiales de Historias prohibidas son considerados como poemas o como las partes de un poema mayor, en tanto la intención del autor y compilador es poética. El todo debe dejar la sensación de que se ha leído un poema, no una serie de materiales heterogéneos, ordenados de cierto modo. Como en los collages de los artistas plásticos, los fragmentos deben llegar a un resultado que vaya más allá de la simple suma de las partes, y la sensación deberá ser equivalente a la que deja una obra “original”, totalmente elaborada por el autor.
Hay un concepto que los artistas (plásticos y literarios) no siempre toman en cuenta, y que está en la intención de Dalton: el collage es una obra colectiva, en la medida en que no todas las partes son producto del “integrador”. Los materiales preceden incluso a la intención de elaborar una obra, y ésta sólo encuentra su verdadera forma cuando el artista “descubre” las relaciones que unen un fragmento con los demás. Si un principio de la poesía es plantear –o encontrar– la relación entre elementos disímiles para formar unidades coherentes (imágenes, metáforas, poemas), es en la contradicción donde se genera la sangre de la poesía.
Es en esta relación que Dalton plantea entre elementos antes inconexos donde se halla la efectividad de los materiales de Las historias prohibidas, tanto si se lo ve como un “poema collage”, como un libro en el que campea un humor a veces salvaje, a veces fino (también el humor se basa en la confrontación de elementos disímiles), o –sobre todo– una lectura alternativa de la historia oficial. Y los personajes del libro son a la vez sus autores: los conquistadores de las poblaciones autóctonas y los conquistados, los masacrados y sus asesinos, los oligarcas y los poetas “de torre de marfil”, los poetas del pueblo o los anónimos creadores de los dichos populares, nacidos (los dichos) del distanciamiento ante situaciones en las que sólo la sabiduría –producto de la resignación ante la derrota– permite seguir viviendo en la cordura.
El collage da un mayor margen de juego a Dalton en cuanto al manejo de los textos, mucho más del que podía permitirse en la indispensable rigidez de un poemario. En el collage lo importante es el producto final, y en lo disímil –o contradictorio– de los materiales, de su calidad, de su lenguaje, estriba su encanto; en un poemario –Taberna y otros lugares, para el caso– es necesario crear líneas temáticas, estilísticas, de intención: no sólo se ubica de cierto modo los materiales –que no preexisten–, sino que es necesario elaborarlos, montarlos y, si hay vacíos, llenarlos con piezas que serán asimismo originales y nuevas. El collage será más rico en tanto sea más rica la recopilación de materiales, que se filtrarán a través de los conocimientos y la experiencia del “recopilador”, y en lo que desea comunicar; el poemario tiene que ver menos con la pericia que con el trabajo de creación, la técnica acumulada y refinada a lo largo de los años y un procesamiento sistemático y minucioso de los textos.
En Las historias..., Dalton le da la forma de poemas a textos que no podrían considerarse como tales, no desde la ortodoxia (es parte del juego provocador à la Duchamp: convertir en arte algo que no lo es mediante la voluntad de alguien que es indudablemente un artista): crónicas de conquistadores, ensayos que se encontrarían más cómodos en la prosa, etcétera. También puede ser menos riguroso en la forma de textos que él mismo crea, en tanto embonen con el todo, sin que eso reste méritos ni calidad al resultado.
En suma, Las historias prohibidas del Pulgarcito es un juego, y como tal puede ser descrito, analizado y ubicado, diseccionado su autor, descifradas sus intenciones, pero sólo jugarlo dirá lo que verdaderamente es, y sólo jugándolo se disfrutará.
Bienvenido, pues, al juego. El tablero es un país muy pequeño, y una de las piezas es usted.

Las historias prohibidas del pulgarcito de Roque Dalton, Prólogo de Rafael Menjívar Ochoa, Ediciones Baile del Sol, Islas Canarias, España, 2009